Decir que el
poder corrompe no es tan certero si no se le subraya con otros adjetivos, que
sumados logran acercarse a una descripción de la gangrena que puede extenderse
a través de la mente y las venas de un hombre, cuando ve que su destino, que
parecía escrito sobre piedra indeleble, se transfigura ante los
acontecimientos. La noche que antes llenaba con vino y juergas interminables se
convierte en lienzo infinito de elucubraciones y planes a medio construir, que
interrumpen el estado de vigilia, y que no son saciados hasta vislumbrarlos en
la realidad.
Lo que antes
parecía ajeno y sin importancia encandila la razón y empuja a dejarse llevar
por los acontecimientos. Los Estandartes, torres, jardines y calles empedradas
que antes eran opacos y lejanos, de pronto se tornan llamativos, relucientes,
alcanzables y lentamente se van imponiendo a los placeres mundanos que hasta
entonces liberaban y satisfacían. El oro y las piedras preciosas pueden más que
la sangre y los lazos que unen en el vientre de la madre. La marca de la
hermandad, la herencia común y la lealtad se diluye ante la posibilidad de
convertirse en algo más, en adueñarse del destino, en aplastar a los
detractores, a los grandes señores, a los que miraban por sobre el hombro.
Cuando los
hombres se atragantan con codicia, las sombras caen ante él y ante los que los
siguen. El triunfo puede ser rápido, pero también breve. La derrota suele
llegar poco a poco, deslizándose entre el bosque que está más allá del árbol
que no lo deja ver, resuelta, impávida, decidida, estirando sus dedos para
coger la espada del poderoso, rompiendo sobre sus murallas como una ola de
hierro que desmorona terrazas y almenaras, y allí estará el que miró hacia el
trono, el que un día dejó la sencillez de lo ordinario por la gloria y el
vasallaje de los suyos, y sus dinteles comenzarán a ser tragados por la hiedra
de la revancha.
Cuando el
poder corrompe, la gangrena no acaba hasta la amputación, hasta que el fuego
purifica y limpia las heridas, hasta que la noche vuelve a ser hija del
descanso, hasta que la ambición devora al soberbio que creyó que contra todo se
erguiría sobre un reino desangrado sin recibir castigo…
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